Era de noche. Una noche sin nubes y con una Luna inmensa. Su andar crujía por las hojas caídas, naranjas, rojas o marrones, y ella se entretenía desmenuzando las que aún estaban enteras.
- Ven. Sígueme. - le cogió de la mano. - Tienes la mano mojada. Dame la otra. ¿Mejor?
- Ahora tú también las tienes húmedas.
- No me importa.
- ¿Dónde me llevas? Tengo frío. ¿No me lo dirás?
- No. No te lo diré.
- Entonces no voy. - Se detuvo al lado de un banco.
- Vamos, sígueme. - Ella se sentó. - Ten un poco confianza en mí.
- ¿Por qué debería tenerla?
- Ya lo hemos hablado.
- No. Tú has hablado y yo escuchado.
- Cariño, por favor...
- No me llames cariño.
- Antes te gustaba.
- Antes.
- Creía que estábamos bien. - El chico se sentó a su lado y la abrazó.
- Ya no se puede saber sí son estrellas o aviones. - Dijo la chica mirando el cielo nocturno.
- Sí se mueven son aviones. - Ella se apartó. - Perdóname, por favor. Escúchame.
- Sí que es un avión.
- ¿Por qué has venido si no vas a perdonarme?
- Quería saber que excusa pondrías, pero estoy cansada. - Se levantó y él también. La detuvo y la abrazó. - Déjame.
- No.
- No volverá a ser lo mismo y lo sabes...
- Lo sé. Pero podemos hacer que sea mejor.
- No
- Sí.
- ¿Cómo puedes saberlo?
- Por que te quiero.
- No lo haces.
- Te quiero.
- No lo digas.
- Te quiero.
- Basta. Mientes tan bien...
- No miento.
- Pero tus besos son para otras.
- ¿Quieres que te bese?
- Yo no quiero nada.
- Tú también mientes muy bien.
- No.
- ¿Nada?
- Nada que tú puedas darme.
- Siento oír eso.
- Y yo siento decirlo. ¿Qué nos ha pasado?
- Ya no somos los mismos.
- Todo ha terminado.
- Eso parece. ¿Volveremos a vernos?
- No lo sé. Quizá algún día nos encontremos.
- ¿Podré saludarte?
- Me molestaría que no lo hicieras.
- Te saludaré.
La chica se fue y él la vio irse. Era de noche. Una noche sin nubes y con una Luna inmensa.